La magia de Roma se basa en su
capacidad de darte sorpresas del día a día. Ir simplemente caminando por la
calle y encontrarte con una iglesia de aspecto vulgar, pero dejarte llevar por
el encanto de la ciudad y decidirte a entrar. Estabas en la capital de Italia
en el siglo XXI y de repente no sabes ni donde ni cuando estás. Sentirte tan
abrumado por haber incumplido las leyes de la Física, que te ves obligado a volver
a salir a la calle, y tras unos segundos respirando el aire de la realidad y
cerciorarte que no existe ningún portal cósmico que te lleve a otra dimensión,
te decides a entrar de nuevo en lo que tus ojos no pueden creer que sea el
interior de esa fachada que no paras de contemplar atónito mientras resoplas y
farfullas que no es posible.
Este chico es un exagerado, a mí
no me pasaría eso nunca. Muy bien, acepto el reto. Son cuatro las iglesias
romanas que dan acceso a otra dimensión, prueba a entrar todas ellas y vuelve a
leer estas palabras, ya me dirás, sin faltar a la verdad, si has sentido algo
parecido a lo que describo en el primer párrafo.
San Carlo alle Quattro Fontane, una
de las obras de arte de Borromini, príncipe incomprendido del Barroco, genio a
la sombra de Bernini, siempre a la búsqueda de retos intelectuales que para
otros eran tareas imposibles. De pequeñas dimensiones, en un lugar inimaginable
para contener nada mínimamente útil o aprovechable, el artista logra alcanzar
el punto álgido de la arquitectura barroca, al concebir un espacio que reniega
de las líneas rectas e hipnotiza a cualquiera que entra, con su movimiento
continuo y su ruptura con cualquier concepto previamente adquirido sobre la
planta que debe tener un templo cristiano. Si aún no estás maravillado, sitúate
en el centro y mira hacia arriba durante un rato, intenta seguir todas las
curvas y dibuja mentalmente todos los círculos que veas. Antes de proseguir tu
visita por la ciudad, observa desde fuera el sitio en el que acabas de estar y
piensa en como meter a un elefante en un mini y que además quede bonito.
Santa Maria in Aracoeli, lo
sé, son muchas escaleras las que hay que subir, además la fachada son
simplemente unos ladrillos viejos y feos, pero ten fe, te va a gustar (además,
desde el lateral del Vittoriano, pasando la valla que hay justo junto a la
entrada de la Iglesia, podrás ver una de las mejores vistas de la ciudad, pero
eso ya lo explicaré otro día…). Una vez que has recuperado el aliento después
de subir los 124 escalones (al menos así has quemado parte de la pizza y del
helado que te has tomado hace un rato), abre la puerta y… el suelo de trozos de
mármol, no hay más de 2 columnas iguales, algunas están rehechas como buenamente
han podido, pasea un poco por su planta prerrománica, con cuidado de no tropezar
con las múltiples tumbas que hay por el suelo, mientras contemplas las paredes
y el precioso techo de madera. Quizás no estás del todo convencido, pues admito
que la basílica es un poco caótica, pero
piensa que lleva en pie desde el siglo VI, que ha sufrido incendios, guerras,
abandonos, remodelaciones, ¡e incluso ha sido utilizada como establo!
Santa Maria sopra Minerva, todo
el mundo va al Panteón, obra única en la Historia, pero no por ello debe de
ensombrecer la maravilla que se encuentra a escasos pasos, si somos algo
observadores quizás nos hayamos parado unos segundos para hacerle una foto a la
graciosa estatua del elefante y el obelisco, pero lo más seguro es que se haya
pasado de largo… Total, una insípida pared blanca solo puede albergar otra
aburrida iglesia, no podemos perder el tiempo en entrar en todas las iglesias
de Roma porque estamos para pocos días. ¡No corraís insensatos! Ya he nombrado
esta iglesia en alguna entrada anterior y no es por casualidad.
Una estructura
imponente se presenta ante nosotros en cuanto nos habituamos a la luz del
interior, un suelo precioso, magníficas columnatas y un techo que imita el
cielo nocturno. Es uno de mis lugares favoritos en Roma, quizás porque recuerdo
la primera vez que entré, casi a la hora de cerrar, algún día de un oscuro
invierno, encontrándome con una atmosfera iluminada únicamente por velas, miré
fascinado al techo y por un momento pensé que en realidad la iglesia estaba al
descubierto, y las que estrellas brillaban en lo alto eran de verdad. He vuelto
a entrar decenas de veces, y es innegable la magia que tiene el interior (ya
digo, seguramente por las escasas expectativas con las que entras viendo el
soso exterior), pero sólo espero que algún día pueda rememorar aquel primer día
que entré y volver a quedarme tan fascinado como entonces.
Espero haber convencido a todos,
escépticos incluidos, de que hay lugares que demuestran aquello de que LO
IMPORTANTE ESTÁ EN EL INTERIOR.
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